Thursday, March 22, 2012



De adolescente vivía con mi familia en un barrio de clase media alta. Todos los días, caminando por las calles todavía no asfaltadas, se podía oler el césped recién cortado por los jardineros. Diez años después ese olor me sigue trasladando a aquellos tiempos de ingenua e inocente ignorancia.  Ni siquiera el olor del Rio Neuquén, que pasa a unos metros de donde vivía, me retrotrae a esos años, como lo hace el olor del césped recién cortado.

Enormes casas con grandes y cuidados jardines, calles vacías de movimiento, autos y camionetas 4x4 importadas estacionadas en garajes, paseos nocturnos en clarísimas noches de luna llena y el recuerdo de cálidas madrugadas sin luna alguna. Los cigarrillos de marihuana en el baño o en el rio, la heladera siempre llena y dormir hasta el mediodía. Las vueltas en auto, y años antes, en bicicleta. Las bardas y su tierra, sus caminos y sus arbustos. El sol, siempre apareciendo demasiado temprano o demasiado tarde y el aire frio de las mañanas, la escarcha. Los pájaros, aguiluchos, sapos, liebres y lechuzas que se mezclaban con perros y gatos domésticos.

Es curioso como la mente recuerda detalles, pero tiende a olvidar sentimientos. Mi silenciosa introspección es fomentada por impulsos físicos involuntarios, como el innato acto de oler. 
Recorriendo mi pasado busco recordar los sentimientos que en esos momentos negaba o acallaba, para así entender mejor como soy hoy.

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